¿Pedro Infante yace bajo el cielo de Delicias? Segunda parte

En cambio, don Gabriel Vázquez Porras, que lleva años arreglando sombreros en su sombrerería La Frontera, se ríe del asunto.
— No, oiga, qué Pedro ni que Pedro. Lo que este amigo era un imitador, un gran imitador con ciertos aires del auténtico ídolo de México, de cuya vida soy experto. Aquí vino varias veces a reparar las tejanas que usaba ladeadas, al estilo del inolvidable sinaloense. Era chaparrón, más chapo y mucho más viejo que el original al que imitaba tan bien. Llegaba en un Chevy rojo manejado por Gloria Anchondo, una señora güera con tiple sureño, de unos 50 años, con la que vivía, y que también oficiaba como su representante artístico.
—Efectivamente, tenía dos cicatrices, una en la barbilla, otra en el lado la sien derecha, pero ésta era chiquita, una rayita, no como la que tenía Pedrito, que era más grande y que cubría una placa de platino que le pusieron luego de su segundo accidente aéreo.
—Otra desmentida para quienes dicen que era Pedro: a éste, en el medio
artístico, le apodaban el Pelón, porque estaba casi calvo. Nomás vea sus últimas fotos. En cambio, mi cliente hasta un copetito tenía. Respecto a la dentadura, la de Antonio era parejita, muy blanca y brillosa, claramente postiza, mientras que la de Pedro era disparejona, más chiquita. Vea las fotos de uno y otro.
— Un dato más. Antonio tenía un hermano que vivía aquí. Se llamaba Pablo Hurtado Borjón. Decía que su familia había venido de Durango. Se la pasaba jugando billar en la cantina Carta Blanca. Vivía de la pensión que le llegaba de Estados Unidos, donde trabajó muchos años.
— El maquillaje, las cirugías hacen milagros, mi amigo, y con el parecido que guardaban, al verlos en fotografías y videos, al comparar sus voces, es natural que haya quienes creen que el que está en el Panteón Municipal es el Pedro que vino a Delicias a cantar a la Plaza de Toros Silverio Pérez y que anunciaba en un póster el Brandy Dorado.
De con don Gaby me fui al Panteón Municipal. Era la media mañana del 26 de diciembre de 2023 y corría un viento frío. Entré al cementerio por la entrada principal y a pocos pasos, a la izquierda está su pequeña oficina, donde dos jóvenes gordos con trazas de andar aún crudos por la fiesta navideña y muy bien tamaleados, me dieron la ubicación de la tumba de Antonio Pedro: área 13, patio 27, fosa 93 del área para adultos.
Cientos de tumbas, una pareja deposita un ramo de flores sobre una lápida adornada con un angelito regordete, un pájaro negro pasa volando bajo, busco un rato y veo un cercado metálico color café y en la cabecera una lápida blanca con estos escuetos datos escritos con letras color d o r a d o : Sr. An t o n i o Hu rt a d o Borjón.10-07-1930 22-06-2013.
El piso es de tierra, dos ramos de flores y un clavel de tallo largo, también seco, son sus tristes adornos. Al lado izquierdo, en el mismo lote, la tumba de Juan Pablo Hurtado Borjón, quien infiero fue su hermano, el Juan Pablo a que se refería don Gaby. La identificación de la lápida indica que nació el 28 de mayo de 1927, por lo tanto era tres años mayor que Antonio, y falleció el 6 de agosto de 2011, dos años antes que su hermano.
A un lado de Juan Pablo, el sepulcro de María del Refugio Borjón viuda de Hurtado, nacida el 4 de julio de 1901, fallecida el 4 de febrero de 1986. En la parte inferior de la lápida, un letrero que dice: Recuerdo de sus hijos y nietos. Fue la madre de Juan Pablo y Antonio, según comprobé después.
Al salir del Panteón me vino a la mente un razonamiento que obra en contra de los que aseguran que Antonio fue Pedro: su lápida dice Antonio, no Antonio Pedro, ergo el Pedro lo adoptó para darle credibilidad a su versión. Hasta aquí el marcador va dos a cero en contra del Pedro que vivió en Delicias, don Gaby y lo escrito en la lápida.
Al día siguiente, un día gélido, les platiqué a Chardo Valles y Chacho Ochoa lo que andaba haciendo, y Chardo me dijo que conocía una casa a la que iba Antonio Pedro. Me dibujó un plano pero no le entendí y al salir del restaurant donde estábamos seguí su camioneta con Chacho detrás, picado por el olor a chisme.
Tal casa queda en Avenida Agricultura Sur 701, en el barrio del viejo Campamento. Es de las muy pocas fincas de aquel entonces, de arquitectura californiana. Ante la verja de alambre me recibe un concierto de ladridos de dos perros enanos forrados con suéteres de humanos.
Sale la dueña de delantal, enjuagándose las manos pues estaba haciendo comida. Resulta una agradable sorpresa. Es mi amiga Verónica Álvarez
Espinoza, mi compañera de tantas aventuras políticas.
Una vez en la tibieza de su cocina me reitera la bienvenida y se alegra del motivo de mi visita.
— Me acuerdo como si fuera ayer. Mi hermana Lupita conoció a Antonio Pedro y lo invitó a comer, pidiendo el permiso de mi papá, contándole que lo veía muy necesitado.
Llegó como a la una de la tarde en un carrito rojo acompañado de la señora con la que vivía en la Calle 2a y Avenida 9a Sur, cerca de la panadería La Sorpresa, de la familia Cereceres, a donde iba en las tardes a comprar el pan. Traía una guitarra muy bonita que nos dijo que se la habían regalado en Sinaloa. Vestía muy modesto, tipo norteño, con una tejana gris.
— Nada más al verlo me impresionó su parecido con Pedro Infante. Igualitos. Ya ante la mesa, con mi papá en la cabecera, nos presentó a la señora, quien dijo que se llamaba Gloria Anchondo y que había conocido a Antonio Pedro en ciudad Juárez, en un cabaret donde él cantaba y ella bailaba. Era delgada, en sus 50s, con el pelo pintado de güero.
Cuando le presentamos a mi papá se le quedó viendo muy atento, como recordando algo. Al decirle que se llamaba Raúl Álvarez Mujica y que había sido locutor en la ciudad de México, para tremenda sorpresa de todos, sonriendo le dijo que se acordaba muy bien de él, que lo había entrevistado en la XEW, que vivía en la Calle de la Moneda número 6 , que lo veía cuando iba a comprar billetes de lotería al estanquillo que estaba cerca y que era del papá de Capulina, que en el ambiente de la radio
lo conocía como Mujica por ser sobrino del padre Mujica, y que el día de la entrevista lo acompañaba una niña a la que le decían Chachita por su parecido con la Chachita de sus películas.
Todo esto lo dijo con mi papá mudo. Asombrado. Nosotras igual, viéndolos como se identificaban y compartían recuerdos.
Mi hermana Lupita le pidió que nos cantara una canción y alegremente, creando un ambiente de bromas y alegría, pulsando su guitarra cantó María Elena, luego Toda una vida, el Piojo y la Pulga, Collar de Perlas, Rosas Negras y otras. Con la voz de Pedro. Entre canción y canción y broma y broma, nos platicó que lo último que recuerda del accidente de Mérida es que salió disparado y despertó en una casa de una familia campesina, que ahí le pusieron el nombre de Antonio, pues él no recordaba cómo se llamaba.
Que con el paso del tiempo fue recobrando parte de la memoria, que recuerda el día en que fue a ver su casa de la ciudad de México, que salió desconsolado al verla tan abandonada.
Se fueron como a las 11 de la noche. Mi papá, que al pedirle permiso para invitarlo a comer no había tomado en serio la especie de que fuera Pedro Infante, al despedirlo a la puerta de la casa, nos comentó aún conmocionado: » Lo que me faltaba por ver. Cómo puede saber tanto este amigo, ni modo que lo haya adivinado. Contó todo tal y como sucedió hace tanto tiempo. Lo de la entrevista, lo de Chachita, mi dirección, el estanquillo. Verdaderamente nos ha visitado Pedro Infante». ¿Y Chachita?– le preguntamos.
— Era mi hija, su hermana, a quien me llevaba al trabajo.
—No, no tomamos fotos. Mi papá nos lo prohibió. No, no volvimos a verlo. A los años supimos de su muerte.
Continuará…




