Chihuahua Legaliza el Aborto: ¿Progreso o Perdición?

El reciente fallo que despenaliza el aborto en el estado de Chihuahua, ¡incluso hasta los 9 meses de gestación! (¿Puedes creerlo?), refleja el profundo cambio moral de nuestra sociedad. Lo que en generaciones pasadas era impensable, hoy se celebra como un avance en los derechos humanos. Sin embargo, detrás de discursos sobre progreso y autonomía, se oculta una realidad que pocos están dispuestos a admitir: la pérdida de vidas inocentes y el sufrimiento de miles de mujeres que, atrapadas en la desesperación, ven en el aborto una aparente solución. ¿Es esto realmente un avance? ¿O estamos presenciando la consolidación de una cultura de muerte que nos aleja de la verdad de Dios?

Por: Jorge Meléndez

La Vida: Un Regalo de Dios

Desde una perspectiva bíblica, la vida no es un derecho concedido por el Estado, sino un regalo sagrado otorgado por Dios. La Escritura nos dice: “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre” (Salmo 139:13). Cada ser humano, desde el momento de la concepción, es una obra maestra de Dios, creada a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26-27). La dignidad de una persona no está determinada por su nivel de desarrollo, su viabilidad o su capacidad de autonomía, sino por el hecho de haber sido creada por Dios.

No obstante, vivimos en una época donde la cosmovisión secular ha desplazado esta verdad. Nos dicen que el valor de la vida depende de su utilidad o conveniencia. La autonomía personal se ha convertido en el criterio supremo para definir qué es moralmente aceptable. Sin embargo, ¿podemos realmente justificar la eliminación de una vida con el argumento de que depende de otro para sobrevivir? Si aplicáramos la misma lógica, podríamos cuestionar el derecho a vivir de los enfermos, los ancianos y los discapacitados. La verdad es que, al aceptar el aborto, estamos abriendo una puerta peligrosa en la que el valor de la vida es negociable.

La Responsabilidad de las Autoridades

La Biblia es clara en cuanto al papel de los gobernantes: son ministros de Dios para hacer justicia y proteger al inocente (Romanos 13:1-4). Su deber es castigar el mal y defender al débil, no legitimar el asesinato de los más indefensos. Sin embargo, cuando una sociedad se aparta de Dios, las leyes reflejan la depravación de su corazón. En Isaías 10:1-2, Dios advierte: “¡Ay de los que dictan leyes injustas y prescriben opresión, para apartar del juicio a los pobres y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo!”

Legalizar el aborto no es un acto de justicia, sino una muestra de la corrupción moral de nuestra época. Las autoridades que promueven estas leyes no solo fallan en su deber de proteger la vida, sino que también se exponen al juicio divino. La historia muestra que ninguna nación que ha derramado sangre inocente ha permanecido impune. Dios es justo y demandará cuentas a quienes han llamado bien al mal y mal al bien (Isaías 5:20).

El Aborto y su Costo Espiritual y Emocional

Las consecuencias del aborto no se limitan a la vida que se pierde. Detrás de cada procedimiento hay una mujer que carga con una herida profunda en su alma. La sociedad le promete que el aborto es una solución fácil, pero rara vez le habla del vacío, la culpa y el dolor que muchas experimentan después. Numerosos estudios han documentado el impacto del aborto en la salud mental de las mujeres, incluyendo depresión, ansiedad y trastornos postraumáticos.

Más allá de los efectos psicológicos, el aborto es una carga espiritual. Es un pecado grave ante los ojos de Dios, pues atenta contra Su diseño y orden. Sin embargo, el evangelio nos recuerda que no hay pecado tan grande que la gracia de Dios no pueda perdonar. En 1 Juan 1:9, se nos dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” La iglesia debe ser un lugar donde las mujeres que han abortado encuentren restauración, no condenación. Jesús no vino a aplastar a los quebrantados, sino a sanar a los de corazón contrito.

La Respuesta de la Iglesia

Ante esta realidad, ¿qué debe hacer la iglesia? Primero, debemos hablar la verdad con amor. No podemos permanecer en silencio mientras la cultura promueve la muerte como un derecho. Es nuestra responsabilidad proclamar el valor de la vida desde el púlpito, en nuestras conversaciones y en el espacio público. El silencio de los creyentes ha permitido que muchas injusticias prevalezcan en la historia. No podemos cometer el mismo error.

En segundo lugar, debemos ofrecer alternativas reales. No basta con decirle a una mujer que no aborte; debemos estar dispuestos a ayudarla en su crisis. Esto implica apoyo emocional, consejería bíblica y, en muchos casos, asistencia material. Las iglesias pueden involucrarse en el rescate de la vida a través de centros de ayuda para mujeres embarazadas, promoviendo la adopción y extendiendo la mano a quienes se sienten solas y sin salida.

Finalmente, debemos orar por nuestros gobernantes y nuestra sociedad. La lucha contra el aborto no es solo un conflicto legal o cultural, sino una batalla espiritual. Solo el poder de Dios puede cambiar los corazones y traer un avivamiento de justicia y compasión.

Un Llamado a la Reflexión

Si estás leyendo esto y has experimentado el dolor de un aborto, quiero que sepas que hay esperanza en Cristo. Dios no te rechaza. Su gracia es suficiente para restaurar incluso las heridas más profundas. No estás sola. Hay una familia en la iglesia dispuesta a caminar contigo en este proceso de sanidad.

Y si eres un creyente que ha visto esta batalla desde la distancia, hoy es el momento de actuar. No podemos darnos el lujo de ser espectadores cuando la vida está en juego. La cultura de la muerte avanzará mientras la iglesia permanezca en silencio. Pero la historia no está terminada. Dios sigue obrando, y Su llamado es claro: “Defiende al débil y al huérfano; haz justicia al afligido y al menesteroso” (Salmo 82:3).

Chihuahua ha dado un paso hacia la oscuridad, pero nosotros estamos llamados a ser luz. Que no nos cansemos de proclamar la verdad, de amar a los quebrantados y de luchar por la vida. Porque al final, la victoria no pertenece a la muerte, sino a Aquel que venció la tumba y nos dio vida eterna: Jesucristo.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba