Columna política martes 29 de de abril de 2025

Pues ayer nuevamente los pequeños productores de leche de la región, volvieron a tomar la carretera federal 45 frente al Hotel Kavia, convirtiendo el asfalto en un corral de protesta. Desde las 11 de la mañana hasta bien entrada la noche, estos ganaderos, armados con termos de café y pancartas, bloquearon el paso para exigir lo que parece ser el santo grial del campo mexicano: los subsidios atrasados de Liconsa. Sí, esos pagos que el gobierno prometió con la misma convicción con la que uno jura ir al gym en enero. El delegado estatal de Liconsa, Gregorio Chávez Treviño, hermano de la senadora Andrea Chávez, está en el ojo del huracán. Los productores lo acusan de desatención, alegando que no les da ni la hora. Los lecheros están hartos de esperar meses por su dinero, y con razón: producir leche en México es más caro que mantener un romance a distancia, con costos que oscilan entre 9 y 10 pesos por litro, mientras la industria a veces les paga solo 7. El gobierno, con su programa Leche para el Bienestar, presume metas ambiciosas para 2030, como comprar 1300 millones de litros de leche, pero mientras tanto, los productores sienten que les están ordeñando la paciencia. Las filas de autos varados son el telón de fondo perfecto para esta tragicomedia: automovilistas con cara de qué hice para merecer esto y ganaderos que no soltarán la carretera hasta ver los depósitos en sus cuentas. La solución, claro, está en la burocracia, que avanza más lento que vaca en día de calor. Así que, queridos conductores, armen su playlist, saquen el termo, y tengan paciencia: el campo mexicano no solo produce leche, sino también lecciones de resistencia.

Históricamente, el primero de mayo es un día de protestas del sector obrero. Ese es su origen, y en México se ha cumplido, aunque rara vez se logre algo concreto. Son fuegos fatuos, valores políticos entendidos. El próximo también será así: un día de desfiles y discursos que no pasarán de eso. Sin embargo, en algunas ocasiones, esa fecha ha trascendido el oropel y alcanzado otros niveles. Algo así ocurrió en 1982 en la hoy Ciudad de México, cuando Pichuy Hermosillo Sánchez, entonces alumno del Instituto Politécnico Nacional y después destacado catedrático del Tec de Delicias, formaba parte de un grupo que colocó una bomba contra el Palacio Nacional. No tardaron en detenerlos y encerrarlos en una lóbrega mazmorra. La condena prometía ser larga, pero su hermano Mario recurrió al licenciado Fernando Baeza, entonces subprocurador B de la PGR, quien ordenó su liberación. Al día siguiente, el fiel hermano lo llevó a dar las gracias, algo que el bombero hizo de mala gana. Ya se iban cuando Pichuy se devolvió y pidió la excarcelación de sus compañeros. El subprocurador enfureció y le indicó al avergonzado hermano que se lo llevara de ahí o lo volvería a encerrar. Aquel Pichuy.

El centro de la ciudad continúa, comercialmente, muy deprimido. Muy deprimido. Tras la floja venta navideña, afectada por la invasión de productos chinos, especialmente en las tiendas de la Avenida del Parque y la Calle 4a Norte, la situación no ha mejorado. Hay muchos locales cerrados, otros a punto de cerrar, y algunas esquinas, como la de la Calle 3a y Avenida 6a Norte, están próximas a convertirse en una nueva plaza comercial, lo que, en los tiempos difíciles que se viven, no garantiza éxito. La depresión económica ha llegado, aseguran los expertos en macroeconomía. “Mientras no llueva, no hay negocio”, dicen los analistas a nivel ejido. “Los dueños de los locales tendrán que bajar las rentas”, vaticinan otros. Posiblemente las tres teorías sean ciertas. Por lo pronto, como cada año, la expectativa está en el festivo mes de mayo, con el Día de la Madre como pivote de un posible repunte, pero bajo la sombra ominosa del incontenible comercio asiático.

Ciudad Juárez está marcada por la historia para que en ella ocurran sucesos extraordinarios. En 1911 se firmó el acuerdo que puso fin a la dictadura porfirista. En los años 50 tuvieron lugar numerosos divorcios al vapor, incluidos los de algunos afamados artistas de Hollywood. En los 80, en un herrumbroso yonke, se vendió un material radiactivo llamado cobalto-60, que contaminó varillas utilizadas en la construcción de varios edificios, los cuales tuvieron que ser demolidos y sus restos enterrados en un cementerio nuclear creado para tal fin. En esa misma década, en la Cruz Roja local, falleció el célebre actor Steve McQueen. Meses después, en el Hotel Silvia’s, un tiburón que tenían cautivo en una pecera se escapó hasta la calle, y los bomberos tuvieron que capturarlo y administrarle oxígeno. Ese domingo se jugó un partido de fútbol de la máxima división mexicana en medio de un terregal que apenas dejaba ver el balón, un hecho catalogado por el periodismo nacional como inédito hasta entonces. Algunos jugadores y aficionados tuvieron que ser atendidos médicamente por la arena en los ojos y otras partes del cuerpo. Para colmo, perdió el equipo local. Ay, Ciudad Juárez.