¿Pedro Infante yace bajo el cielo de Delicias? Cuarta y última parte

Una de las muchas leyendas rosas que perfuman el aire de una tarde romántica en Delicias, es la vez que Pedro Infante le dio un beso a Berthita Valles Mata.

En la saga de nuestra historia, fui a verla a la casa de descanso donde vive plácida y feliz, lúcida y sonriente.

Me abren y entro a una estancia aséptica y tranquila, donde me saludan los ojos sonrientes de tres ancianas sentadas en cómodos sillones. Al fondo a la izquierda está el cuarto de Berthita, que me espera con su blanca cabellera, con su sonrisa blanca y sus manos cariñosas.

— Me platicó un pajarito en los pasos que anda.

—Pues sí, ando tras los pasos de su novio Pedro Infante.

— Dios lo oyera. Aunque espérese, en todos mis años ya nada me sorprende. A lo mejor sí fue mi novio y no me acuerdo.

— Entonces sí?

— Qué lástima que no.

¿Pero sí la besó?

— Qué lástima que no.

¿Y lo que se dice por ahí?

—Por ahí y por allá. Si gusta le platico la verdad.

— Platíqueme.

— Yo vi a Pedrito, un encanto de muchacho, sólo dos veces, cuando vino a cantar al Cine Alcázar y cuando vino a posar para unos posters de Bodegas de Delicias que anunciaban el Brandy Dorado. Al Alcázar vino vestido de traje y cantó canciones de Agustín Lara. Todavía no cantaba ranchero ni se vestía de charro. Yo era vecina de los Ares, del ingeniero Juan B. Ares y su esposa Sara. El ingeniero trabajaba en Bodegas de Delicias. Un día me dijo que Berthita Valles viendo la portada de la revista.

Pedro Infante iba a venir a la planta a posar para unos pósters, que si quería ir. Claro que le dije que sí, y al rato nos fuimos en su carro. Íbamos Chava Enríquez, Lolita Pineda, Bertha Espinoza y otras. Cuando llegamos nos dijo el ingeniero que Pedro venía en moto de Chihuahua, a donde había llegado en avión. Al rato entraron varios motociclistas, federales de caminos, y de una moto se bajó Pedro.

Las muchachas corrieron a saludarlo, a tomarlo de brazo. Yo me quedé atrás, porque era la más chica y me daba vergüenza. En eso volteó a verme y con aquella voz preciosa, alzó una mano y me gritó: «Véngase, mi chaparrita». Yo me acerqué con las piernas temblorosas, casi cayéndome de mis zapatillas. Él me paró enfrente, me puso las manos en los hombros y así me tuvo un ratito, yo casi desmayada. En eso le hablaron para las fotos y las muchachas se le llevaron casi en peso.

—¿No la besó, como dicen?

— No. Qué hubiera dado yo, pero no hubo beso. En una fotografía que vi en uno de sus libros, ahí estoy yo con él. Nunca lo volví a ver.

—Mire, fíjese bien y dígame cuál de los dos que están en esta foto es al que usted vio aquel día.

— Déjeme ver, déjeme ver, porque ya se me borra todo. Ah caray, licenciado. Ah caray. Parecen gemelos. Ya había oído decir de un cantante que vivió aquí, pero no lo conocí. ¿Es uno de éstos?

— Sí, ¿cuál?

— Están muy borrosos. Creo que el de la izquierda es Pedro, pero no estoy muy segura. Son tan parecidos y de aquello hace tantos años. Me despedí, la dejé con su recuerdo de aquel motociclista y la agregué al bando de quienes ni sí ni no.

Varias de mis fuentes hablaron vagamente de un hijo de Antonio Pedro, que si es o fue fruto de su matrimonio con Santos Ávila Martínez, llevaría los apellidos Huitrón Ávila, pero no pude saber más. En el Registro Civil no hay nada, las personas con esos patronímicos a las que les hablé, igual, nada. Sólo queda esperar que suceda lo inesperado y un día de estos se encuentre usted con alguien parecido a Pedro Infante y a Antonio Pedro. En ese caso avíseme y le seguimos la huella. Si canta igual, mejor. De vivir, andaría por los 70s, así que atento a los compañeros setentones.

Respecto a los descendientes de Pedro, tanto hijos como nietos, cuando les tocan el tema de Antonio Pedro, se enojan, niegan toda veracidad a la leyenda de Delicias. Claro: no les vayan a salir con que tengan que repartir las regalías con algunos parientes desconocidos.

Me faltaron por consultar dos fuentes, Rosendo Navarro, esa enciclopedia oral de Delicias, y Mario Castillo, un locutor y vendedor de publicidad radiofónica, gran fan y conocedor de vida y milagros de Pedro. En su caso, no quise molestarlo porque me dijeron que no está bien de salud y me dio lástima verlo enfermo, aunque recuerdo que en alguna plática me dijo, en alusión a la cuestión, que Pedro sólo hubo uno, el que murió en Mérida, y que era falso que el accidente se hubiera debido a que la nave trajera contrabando, como se ha especulado.

— Le sobraba todo, dinero, lujos, mujeres como Sarita Montiel y muchas más, para que anduviera en la fayuca. Además,¿ qué podría fayuquear de Mérida a México, que era la bitácora del vuelo trágico? Lo único que le faltaba era cabello: en varias de sus películas, como en Escuela de Vagabundos, salía con bisoñé. En esa película se llama Alberto Medina, porque en Parral tenía un amigo, Alberto Medina Hinojos, y quiso inmortalizar su nombre. Eso y la película El Norteño, donde dice que es de Chihuahua, es lo más cerca que estuvo de aquí. visita Delicias, Chihuahua, Juárez y Parral

Al evocar lo dicho por Mario, caí en la cuenta que coincide con don Gaby Vázquez: Pedro estaba pelón y Antonio Pedro no. Inclusive, en su última entrevista radiofónica, realizada en Los Ángeles, California, comenta que Miguel Aceves Mejía, el jilguero de la cordillera de Meoqui, le decía así, Pelón.

Respecto a Rosendo, se me hizo ojo de hormiga, pero como en el caso de Mario, conocía su opinión: niega que Pedrito duerma su sueño eterno en nuestro Panteón Municipal. Hoy, porque, si no mal recuerdo, antes era del bando de los del sí, lo que dada su sapiencia sobre asuntos varios, me deja dubitativo, así que, a riesgo de que me replique, se queda al lado de los dubitativos. Finalmente, si ejerce su derecho constitucional de réplica, más a mí favor: continuará la controversia que me ha ocupado tantas páginas.

Esperé hasta la fecha límite que me dio la imprenta para entregar el trabajo, llamé y llamé al cel de Carlos Pineda, el inquilino de la casa de la Colonia del Empleado donde vivieron durante 18 años Antonio Pedro y Gloria Anchondo, para que me compartiera el contacto telefónico de ella, más fue vana espera: siempre me mandó a buzón. Lo único que logré la única vez que me contestó, fue que sólo a través de él, como representante que era, podía comunicarme con su rentera. La fecha fatal llegó y usted y yo, prendidos de esta historia, tendremos que conformarnos con saber que la señora, si vive, está en la Colonia Portales de la CDMX, dueña y señora de un misterio.

El marcador favoreció ampliamente a los que están por el sí, incluidos numerosos portales digitales que, muy a la mexicana, han hecho del dossier Pedro Infante Cruz/ Antonio Pedro Huitrón Borjón, una industria, igual muy a la mexicana.

Entonces, si el próximo Día de Finados quiere usted llevar flores a la tumba más célebre del Panteón Municipal de Delicias y rezar un Padre Nuestro por el alma de quien ahí reposa, hágalo de palabra y corazón. Al fin y al cabo, trátese de quien se trate, un Padre Nuestro sincero, cualquiera lo agradece.

Finalizo con algo poco usual en el género del periodismo de investigación: dejo la conclusión de lo investigado al criterio del receptor, respetando la atávica costumbre de los mexicanos de crear mundos alternos a través de las leyendas para tener de qué platicar en las sobremesas y en qué soñar en los duerme vela de las madrugadas.

Por Carlos Gallegos Pérez/Cronista de Delicias

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