¿Pedro Infante yace bajo el cielo de Delicias? Tercera parte

Este es un reportaje publicado en la revista bimensual Delicias Imágenes del Tiempo, en su edición número 2 y que habla sobre Pedro Infante y Antonio Pedro. La revista, dirigida por el maestro Carlos Gallegos Pérez, es digital e impresa. Seguimos con la tercera parte de este reportaje escrito por el propio Carlos Gallegos.

Con el resultado de esta inesperada entrevista, los momios se ponen dos a uno favor los del sí.

Una semana después, en un jueves airiento si los ha habido en Delicias, fui al Registro Civil en busca de datos oficiales acerca del motivo de mi interés. Me recibe la Oficial Adelita Elizalde, muy ocupada organizando el próximo matrimonio colectivo, con una pareja ansiosa que espera en el pasillo para que certifique su unión.

Muy atareada, pero en cuanto le comenté el asunto, fue tanto su interés y amabilidad, que dejó para más al rato los colectivos y el que se quemaba en el pasillo.

Frente a su pantalla, se afanó en atenderme y en menos de media hora me había conseguido las actas de matrimonio y defunción de Antonio Pedro y la de defunción de María del Refugio, en las que encontré varios datos diferentes a los de las tumbas, además de otros que no han sido publicados acerca del Pedro Infante de Delicias.

En la de matrimonio de Antonio Pedro, que aparece como José Antonio, se establece que el 8 de octubre de 1952, a la edad de 22 años, se casó en Delicias con Santos Ávila Martínez, de 16 años. Esto nos aclara que a esa fecha ya vivía aquí, cinco años antes del accidente de Mérida. A diferencia de la lápida, donde se le identifica sólo como Antonio, en el documento está asentado como José Antonio. Así se desmiente lo dicho por el difunto en casa de los Álvarez, en el sentido de que la familia con la que habría vivido luego del avionazo de Mérida le había puesto el nombre de Antonio.

Otra contradicción: en la base de la lápida se lee que nació en 1930 y en el acta que en 1929.

En la de defunción, que su lugar de nacimiento fue el Establo de Los Ángeles, Lerdo, Durango, que al momento de su defunción vivía en Avenida Río Conchos Poniente número 500, lo que aumenta a cinco las casas donde radicó en Delicias. Las causas del deceso, “choque cardiogénico, hipertensión arterial, infarto agudo al miocardio». No se mencionan descendientes.

En la de defunción de María del Refugio Borjón Granados, sin fecha ni lugar de nacimiento, se lee que al morir, el 4 de marzo de 1986, era viuda de Juan, sin apellidos.

En el rigoroso tránsito de este, seguía la idea de ir a platicar con Memo Rodríguez Parada, el peluquero que le cortaba el cabello a Antonio Pedro. Fui a buscarlo a su peluquería, la Londres, una de las más tradicionales de la ciudad. No estaba, pero hablé con su hermano Ramón, que además de fígaro es gran guitarrista, teatrista, cantante y notable erudito en cuestiones musicales. Estaba peluqueando a un señor, pero al mencionarle mi objetivo agarró la plática, con su cliente también parando oreja.

—Mientras llega Memo, le voy a platicar de Pedro Infante, pues yo lo traté mucho y he seguido la polémica que se armó con su aparición en Delicias.

—O sea que tú crees que Antonio Pedro era Pedro Infante?

—No es que lo crea. Era Pedro. Mire, usted sabe que yo conozco bastante de música y canto y lo que le oí cantar a Antonio Pedro sólo lo podía hacer el real Pedro. Le doy un ejemplo: Amorcito Corazón Pedro la cantaba en Re y Antonio Pedro en Do, o sea en un tono menos, lo que es comprensible a causa de los años que pasaron desde que la grabó, allá en los años 40s, hasta que reapareció aquí en 1983.Otro dato: Antonio Pedro, como usted le dice a Pedro, se sabía todas las canciones que Pedro cantaba, tanto las que grabó como las que no. Yo se las oí cantar todas y, con mi oído entrenado, luego me ponía a escucharlas en la radio, en los cassetes, en las películas, y no les notaba ninguna diferencia. Era la misma voz, la misma técnica, la técnica conocida como » del bostezo”, la que también utilizaban Jorge Negrete y Javier Solís, que consiste en cantar con los músculos relajados, tanto los de la cara como del cuello. Como lo hacían ellos. Como lo hacía Pedro el que murió en Delicias que, le digo, era el único Pedro que ha existido. Además, explíqueme usted cómo es que se sabía las canciones que no grabó.

Lástima que ya hayan muerto Lico, Poncho y Luis, los dueños de la Peluquería Delicias, donde Pedro iba todas las tardes a cantar, con ellos acompañándole con
sus guitarras. Ellos veían muy natural que fuera Pedro Infante su constante visitante.

Salí de la Londres con la pizarra tres a dos favor los del sí por dos de los del no, más la opinión post mortem de los hermanos Lico, Poncho y Luis. Seis a uno. En la tarde de ese día le hablé a Memo, aclarándome que era su hermano Ramón quien le cortaba el cabello a Antonio Pedro.

—Mi hija Rosa Isela atendía a la señora que vivía con él cuando venía a la peluquería. Ella le manejaba su carrera, lo cuidaba, le mandaba traer comida desde Chihuahua, se daban buena vida. Me imagino que a veces pasaban apuros, como nos sucede a todos, a los artistas desde luego. Su casa está en la Colonia del Empleado, en calle número .Yo también iba a platicar, a comer con ellos, a oírlo cantar. Era muy risueño y bromista. Le gustaba salirse a sentar en unas sillas que todavía están ahí. Yo me ponía a verlo, a verlo largamente, y viéndolo caminar, ponerse la tejana, hablar, reírse, cantar, me decía: ni duda cabe, este señor es Pedro Infante. Ramón y yo procurábamos ver muchas películas de Pedro para compararlos. Llegábamos a lo mismo: eran la misma persona. Varias veces le pregunté que si en verdad lo era, y siempre me contestaba sonriendo y dándome una palmadita: «Soy Antonio Pedro, soy su amigo Antonio Pedro».

Nunca me dijo otra cosa y nunca me dejó que le tomara fotos. Yo respeté su voluntad. Cuando murió, la señora le rentó a la casa a un ingeniero, que aún vive ahí. Ella se fue para la ciudad de México. Vaya a ver a Luis, haber de qué se acuerda.

— Pero me dijo Ramón que ya se murió.

—No, vive por toda la séptima Poniente, cerca de la gasolinera de la 16. Tien una tienda. Procúrelo.

Lo procuré aunque sin suerte. Una hija suya me dijo que estaba malito, que ya no veía que a lo mejor ya no se acordaba. Así que lo dejé en paz.

Días después recordé que Aracely Villalobos, Coordinadora de Comunicación del Municipio de Meoqui, hacía tiempo me había platicado que en 1988, cuando trabajaba en El Diario de Delicias, había entrevistado a Antonio Pedro. Le hablé y con memoria enciclopédica revivió el encuentro. Dijo que la entrevista fue en la oficina del periódico, que el parecido con el actor y cantante mazatleco era notorio, sobre todo cuando vestía traje charro y que sus voces eran muy parecidas. Pero en vestimenta informal, como acudió a la entrevista, la semejanza disminuía.

— Al terminar le dije: Ahora sí, fuera de libreta, aquí entre dos dígame: ¿Es o no es?

Bajó la cara, vio el suelo, luego me miró largamente y me dijo quedito: » Soy quien usted guste que sea. Y con eso me quedé». Entonces, Aracely incluida, el balance hasta aquí son seis sí, dos no, una quién sabe.

El sábado 20 de enero de 2023,un día extrañamente cálido en relación a la temporada, fui a la Colonia del Empleado, siguiendo la sugerencia de Memo Rodríguez. En Calle 12 Poniente número 9 vi la casa verde en la que había vivido Antonio Pedro. Estaba sola, con la reja abierta, con manchas de aceite en el piso de la cochera. Toqué pero no me abrieron. Ya me iba cuando vi a un señor afuera de la tortillería de enfrente. Cruzo la calle y le pido razón acerca de los habitantes de la casa de mi interés.

— ¿La de Pedro Infante?

— Sí.

— Ahí vive un señor que es maestro de obra. Si no está al rato regresa.

— ¿Usted lo conoce?

— Sólo de vista. No me arrimo ahí desde que murió don Antonio?

— Antonio Pedro?

—Sí, pero aquí en el barrio, sobre todo los jóvenes, le dicen la casa de Pedro Infante. Para ellos quien vivió ahí durante 18 años fue él.

— ¿Y para usted?

— Tengo mis dudas, igual que mi señora.

— ¿Cómo se llama usted?

— José Socorro Arzola Trinidad, y mi esposa, que nos debe estar viendo por la ventana, de llama Norma Barraza.

— Usted lo trató?

— Claro, siendo tan vecinos. A los dos, a él y a su mujer, una güerita guapa

con tonecito del sur. Muy seguido iba a jugar baraja con él. Era muy entretenido, cantaba muy bien y mientras yo me tomaba una caguama, él se echaba sus tequilas.

Lo empecé a frecuentar desde que llegaron. Un día cruzó la calle, se presentó muy gentilmente y me preguntó que por qué ladraban tanto mis perros, que si tendrían hambre. Con mucho tacto, hasta tímido, se quejó de que, como tenía el sueño muy liviano, no lo dejaban dormir bien y que como se desvelaba seguido, pues era cantante, amanecía muy desvelado.

Que por si acaso tenían hambre, me dejaba una bolsa de croquetas. En eso le llamó su señora y se despidió tocándose el ala de su tejana con la mano izquierda. Al decirme lo del sueño liviano, me vino a la mente que alguna vez leí que Pedro era igual. Eso fue como en 1988, pero lo recuerdo como si
hubiera sido ayer, pues en lo que él hablaba yo no le quitaba la vista, preguntándome: ¿Pero será posible, será posible lo que estoy viendo? Es que era idéntico a Pedro Infante. Con ropa estilo norteño, con su tejana gris, con su voz y su ademanes, parecía su espíritu aparecido.

— Cuando echábamos baraja era frecuente que su señora se acercara varias veces con el teléfono en la mano a comunicarlo con alguien que quería que le cantara una canción, generalmente mujeres, lo que hacía con gusto. Le pedían permiso para grabarlo y él aceptaba de buen grado. Al oírlo, yo oía a Pedro. Igualitos, nada más que ya viejito, aunque entero, animoso y muy alegre. Haga usted de cuenta el de las películas. A veces ella le hacía segunda con chifliditos. Casi todos los días, pues seguido se ausentaban al irse a los palenques donde cantaba, se subían a su carro y lo dejaba sentado en la banca que estaba fuera de la escuela 305, por la Calle 4a, donde se paran los camiones que van a Rosales. De tardeada iba por él, se metían a su casa y ya no salían hasta otro día.

— ¿Para usted era Pedro?

— Mire, bien a bien, no se lo aseguro. Frente a un caso así, las dudas son naturales.

—Sentí mucho su fallecimiento. Su señora nos dijo un día que se iba a ir a vivir al Distrito Federal y que quería hacer una venta de garaje, por si nos
interesábamos en algo. Mi esposa fue, pero no compró nada. Yo le dije que lo que yo quería era el carrito Chevy guinda 2003 en el que se movían. No me resolvió hasta después, cuando lo llevó a afinar y lavar. Entonces vino con la factura ya firmada y me la entregó. Estaba a nombre de Gloria Anchondo. Le dije que me agarraba ahorcado, que cuánto costaba.

— Muchos lo quieren comprar para guardarlo de recuerdo. A usted, que sé que es buena paga y que tanto nos ha frecuentado, se lo dejo en 33 mil pesos.
Bueno, deme 28 y aquí está mi cuenta de Bancomer para que me deposite cuando tenga.

— Le deposité como un mes después y luego le hablé al número que nos dejó. Al darle las gracias, me dijo algo que me halagó mucho: «Yo sabía a quién se lo fiaba».

— ¿Yqué se hizo el Chevy?

— Nada. Ahí está.

¿Dónde?

— Ahí enfrente.

Incrédulo ante el golpe de suerte, caminamos a verlo y a tomarle fotos. Entendí que era el carrito rojo al que se habían referido don Gaby Vázquez y Verónica Álvarez.
Habituado al fracaso al preguntar si lo había fotografiado, no me extrañó al contestarme que no, ha expresa petición del finado. Quedé de regresar a ver la factura y a que me diera el número de Gloria.

Continuará…

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